lunes, 4 de julio de 2016

"ORANGE IS THE NEW BLACK": la nueva Litchfield


Hace un par de semanas leía un tweet en el que un fan de “Orange is the New Black” que decía algo así como que desde que le había quitado a la serie la vitola de obra maestra, la serie era mucho más entretenida y disfrutable. El tuitero en cuestión, cuya identidad soy incapaz de recordar, parecía expresar exactamente lo que yo sentía en ese momento y que nunca me había parado a pensar. La progresiva pérdida de interés por lo que ocurre en la prisión de Litchfield tras una tercera temporada bastante coñazo hizo que me enfrentase a esta cuarta tanda de episodios con más desgana que pasión. Y quizás eso ha sido lo que ha provocado que haya disfrutado de estos últimos 13 capítulos como no lo hacía desde el primer año

A partir de aquí, spoilers de la cuarta temporada de “Orange is the New Black”.

Esta cuarta temporada de la serie se inició con un buen puñado de capítulos más cercanos a la comedia de situación que al drama carcelario. Unos episodios que retratan de manera fidedigna lo que podría ser el día a día de una prisión de mínima seguridad cualquiera y que nos sirvieron para reconciliarnos con algunos de los personajes que nos habían dejado con mal sabor de boca tras la errática tercera temporada. La llegada de un buen puñado de nuevas reclusas y de un nuevo equipo de seguridad ayudaron a crear un dinamismo en las tramas como hacía tiempo que no veíamos. Aunque salpicado del dramatismo de la situación de Sophia Burset en aislamiento injustamente, la comicidad de algunas de las tramas, como por ejemplo el nuevo empleo de Taystee como secretaria de Caputo o la llegada de una nueva reclusa celebrity al estilo Martha Stewart, interpretada por Blair Brown (a la que siempre recordaremos como la Nina Sharp de “Fringe”), acercó estos primeros episodios a la sitcom más clásica. La inesperada alianza entre Alex y Lolly y el nuevo rol de Piper como la autodenominada gangsta de Litchfield (con guardaespaldas hawaiana incluida) ayudaron a reforzar ese punto cómico.


Pero algunas de esas tramas que al inicio resultaban agradablemente cómicas fueron ganando en dramatismo y oscuridad. El problema psicológico de Lolly se fue agravando a medida que la sospecha sobre la identidad del causante de la muerte del matón camuflado de guardia de seguridad se iba aproximando hacia ellas y el nuevo equipo de seguridad, lejos de ser la salvación para una prisión superpoblada se erigió como el villano que la temporada necesitaba. El click que lo cambió todo fue la caída en desgracia de Piper, que tras haber jugado con fuego, había llegado la hora de quemarse. Y vaya si lo hizo. A partir de ahí, todo fue a peor el Litchfield, como si de un efecto dominó se tratase. Lolly acabó en el área psiquiátrica de la prisión y una revuelta de las reclusas provocada por las malas artes de los nuevos agentes de seguridad provocó el momento más trágico de los cuatro años de la serie, la muerte de Poussey, finiquitando así esa preciosa historia de amor con Brook. El particular homenaje que la serie le brinda (a ella y a toda la comunidad negra oprimida) en el último episodio es sencillamente, de lo mejorcito que he visto en TV en lo que llevamos de año.

A todo esto tenemos que sumar dos regresos. Por un lado el de Nicky, que desde mediados de la tercera temporada permanecía en una prisión de máxima seguridad y que gracias a Luschek consigue regresar a Litchfield. Y por el otro a Sophia, quien se reencuentra con sus compañeras tras un pequeño acto de humanidad del calzonazos de Caputo. La primera vuelve con las mismas inseguridades y adicciones que antes mientras que la segunda ha sufrido un viaje vital del que sale destrozada, pero también reforzada. Dos personajes secundarios, pero absolutamente imprescindibles para entender el mensaje global feminista de la serie y que en esta temporada han sabido aprovechar magistralmente sus pocas escenas en pantalla (especialmente la segunda, a la que unos pocos minutos más en pantalla no le habrían venido nada mal). 


Otros de los aciertos de la temporada, siempre según mi punto de vista, han sido los flashbacks a la vida anterior de las reclusas. En mayor o menor medida todos han funcionado maravillosamente bien. Especialmente el de Crazy Eyes que sirvió para re-enamorarse del personaje que se había mantenido algo perdido en los primeros episodios. Y también el de Maritza, que ha brillado como nunca en estos nuevos episodios y que ha convertido su personaje en uno de los más queridos de la serie. Pero obviamente, si repaso lo mejor de la temporada, no puedo dejar de mencionar a la robaescenas Lorna Morello (Maravillosamente interpretada por Yael Stone) que sigue regalándonos momentos absolutamente deliciosos, ahora como mujer casada que no logra dejar atrás esas inseguridades que tanto se acercan a la sociopatía.

El otro lado de la balanza se lo llevan algunos personajes que no han tenido el peso ni el material suficiente para brillar como se merecen. Ese es el caso de Red, que no ha tenido trama propia y que a pesar de haber aprovechado divinamente los retales de las historias en las que se iba metiendo, debería haber gozado de más protagonismo. 


Pero a pesar de estos pequeños defectos, no puedo sino reconocer que esta cuarta temporada ha hecho que me re-enamore de todos y cada uno de los personajes. Y francamente, no sé si “Orange is the New Black” es una obra maestra o no. O si se merece todos los premios del mundo o no. Lo que sé es que he disfrutado estos últimos 13 episodios como si de una golosina se tratase. Lo demás, francamente, no me importa. 

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