viernes, 18 de noviembre de 2016

Los efectos de la luna de sangre en `AMERICAN HORROR STORY: ROANOKE´

Ha llegado el momento de despedirse de Roanoke. La casa embrujada que tantos buenos (y sobre todo malos) momentos nos ha dado en las últimas diez semanas echó su cierre definitivo este pasado miércoles y llega por tanto el momento de hacer balance de las virtudes y defectos de una temporada que puede presumir de no haber dejado indiferente a nadie devolviendo a la saga el prestigio y la calidad que llevaba años sin alcanzar.


He intentado escribir este post sin spoilers, pero me ha sido francamente imposible. 

Y es que ya lo decíamos en el análisis que hice tras ver el primer episodio, esta temporada de `American Horror Story´ apuntaba a ser una de las mejores de su historia. Y lo cierto es que en términos generales así ha sido. Salvando la excepción de ´Asylum´ que es con diferencia la mejor de todas ellas, puede que `Roanoke´ sea la más completa, la más redonda y sobre todo la más entretenida. Y además se ha deshecho de uno de los grandes vicios de sus creadores, que es el de dar papeles a estrellas sin saber lo que van a hacer con ellas para luego tenerlas pululando sin orden ni concierto ni mucho menos una trama que justifique su presencia. Aquí cada personaje tiene su presencia justa y vemos a una Lady Gaga que puede que no tenga más de media docena de escenas o un Evan Peters que no aparece en más de una hora de metraje en total. Lo justo y necesario.

Reconozco que yo siempre he sido bastante crítico con Ryan Murphy ya que considero que tiene ideas magistrales pero que no cuenta con la capacidad para desarrollarlas y hacerlas brillar más allá de un puñado de capítulos (casi todas sus series se desmoronan tras los primeros episodios, (véase `Glee´, `Nip/Tuck´ o `Popular´) pero esta temporada he tenido que comerme mis propias palabras antes diez capítulos que pueden tener muchas virtudes o defectos, pero que han sabido ser rematadamente entretenidos sabiendo reinventarse continuamente y justo en el momento exacto para seguir manteniendo intacta la atención del espectador.


Pero no sólo de puro entretenimiento nos ha colmado esta sexta temporada, sino que detrás de tanta sangre y tanta muerte hemos encontrado un buen puñado de reflexiones y críticas más que evidentes. La primera de ellas y la más obvia es la crítica a la obsesión desmedida de los espectadores por los reality shows. Y es que el tan comentado giro de mitad de temporada en el que descubrimos que todo lo vivido por los personajes de Sarah Paulson, Cuba Gooding Jr y Angela Bassett era una interpretación de lo que nos contaban Lily Rabe, André Holland y Adina Porter (la verdadera reina en la sombra de la temporada) hizo que cambiase por completo nuestra perspectiva sobre lo que habíamos vivido hasta entonces además de plantar un punto de inflexión justo a mitad de temporada para evitar el tedio o el posible aburrimiento al que el espectador podría haber llegado en caso de mantener la misma fórmula hasta el final. A partir de entonces lo que vemos es un reality show en el que todos quieren participar a pesar de las posibles consecuencias mortales, bien por ansias de fama o bien por saldar cuentas pendientes. Y con resultados que ya todos conocemos.

Incluso el último capítulo, en el que ya podíamos haber dado por finalizada la parte de reality show, contiene buenas dosis de mala baba contra una televisión obsesionada con sacar el máximo provecho de la nueva moda del true crime (de la que ya os hablé aquí en el blog). Y es que ya daba igual que tras la emisión de la segunda temporada, titulada `3 Days in Hell´ la mayoría de los participantes (todos con la excepción del interpretado por Adina Porter) hayan pasado a mejor vida, siempre habrá algún espectador al que las ansias de más le hagan olvidar los hechos que han llevado a la muerte a tantas personas. Y siempre que ocurra eso, ahí habrá una cámara, un programa de televisión o una entrevistadora (bienvenida de nuevo, Lana Winters) para sacar el máximo provecho de la situación. Como por ejemplo esos miembros del equipo del programa  `Spirit Chasers´ que se dedican a buscar fantasmas y que duran lo que un caramelo a la puerta de un colegio.


No todo ha sido positivo. La sexta temporada recién finalizada cuenta con alguno de los errores más comunes en la filmografía de Ryan Murphy. Algunas de las escenas que más “susto” tenían que dar no consiguen el efecto deseado por la incapacidad de mantener la tensión más allá de dos segundos. Y es que parece que para Murphy el cénit de una buena escena de terror es el hachazo sangriento y no los momentos previos donde el espectador desconoce lo que va a ocurrir. Y no menos cierto es que en algunos episodios, especialmente en los últimos, se ha abusado tanto de matar protagonistas que la cosa ya había perdido toda su gracia convirtiendo algunos momentos es un amasijo de muertes, vísceras y sangre con más tedio que interés. Además, la manera de hilar el tan ansiado y prometido regreso del personaje estrella de Sarah Paulson, Lana Winters (de `AHS: Asylum´) ha sido algo chusca y barata. 

Pese a todo ello, la vuelta a los orígenes que se plantearon Brad Falchuk y Ryan Murphy ha funcionado a las mil maravillas y con una séptima temporada ya confirmada, la gran duda de los fans es la de siempre: ¿será de las buenas o de las malas? Y eso sí que nos despierta verdaderas pesadillas. Hasta entonces, disfrutemos recordando lo bueno que nos ha dejado Roanoke, las enormes (cada vez más) Sarah Paulson y Kathy Bates.

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