Hace ya tiempo que tenía que haber visto “Man in an Orange Shirt”, pero sin saber muy bien por qué la he ido dejando aparcada, supongo que esperando el momento más propicio para verla del tirón como si de una película se tratase, teniendo en cuenta que consta de tan sólo dos episodios de una hora de duración. La serie está creada por el novelista Patrick Gale, quien utilizó para el desarrollo del guión la historia de sus propios padres y se enmarca dentro del espacio “Gay Brittania”, un grupo de películas, series y documentales que conmemoraron durante el pasado verano los 50 años de la despenalización parcial de la homosexualidad en Inglaterra y Gales. Ese momento por fin ha llegado y ahora que ya la he visto, toca hacer balance de una de las miniseries británicas más comentadas del año pasado.
“Man in an Orange Shirt” cuenta dos historias de amor en dos tiempos distintos. Cuatro hombres que en distintas épocas tienen que hacer frente a sus sentimientos y a una realidad que les resulta tan dolorosa como inevitable. La homosexualidad de sus protagonistas es el eje alrededor del cual iremos conociendo la manera en que cuatro individuos completamente distintos afrontan cómo la vida que vivimos está sometida al escrutinio de una sociedad que no está preparada para una realidad inevitable.
La primera de esas historias de amor la protagoniza Michael Berryman (Oliver Jackson Cohen, actor al que hemos visto en “Emerald City" o en la película “Lo que de Verdad Importa”), un soldado británico de la Segunda Guerra Mundial que en una de sus operaciones de asalto conoce a otro soldado, Thomas March (James McArdle) del que pronto se enamora. Pero como lo suyo es una historia de amor imposible teniendo en cuenta los tiempos que les toca vivir, Michael decide contraer matrimonio con una amiga de la infancia, Flora (Joanna Vanderham). Su historia de amor tendrá que superar entonces las pruebas de una época social en la que la homosexualidad estaba castigada con penas de cárcel.
El segundo episodio, cuya historia se ambienta en el presente, donde conocemos al joven Adam (Julian Morris), que vive con su abuela Flora. Sí, la misma Flora que contrajo matrimonio con Michael es ahora una octogenaria abuela dependiente pero testaruda y orgullosa que tiene que hacer frente a la homosexualidad de su nieto tras haber vivido prácticamente la totalidad de su vida sabiendo que ella no había sido el gran amor de la vida de su ya difunto marido (interpretada ahora por la enorme Vanessa Redgrave). Su nieto, por su parte, tampoco lo está pasando fácil a la hora de asumir su sexualidad a pesar de sus múltiples encuentros sexuales fortuitos con desconocidos. Hasta que conoce a Steve (David Gyasi) un arquitecto abiertamente gay hacia el cual siente una atracción que va mucho más allá del sexo.
Y ahí es donde radica la paradoja de esta serie, en desgranar con todo lujo de detalles cómo la historia, 70 años después, parece estar lejos de la normalización. La homofobia interiorizada por el propio Adam causada probablemente por una educación basada exclusivamente en la heteronormatividad (teniendo en cuenta lo vivido por su abuela Flora, no es de extrañar) hace que tengamos la sensación de que en 70 años las cosas no parecen haber avanzado tanto como creíamos y a pesar de que en estos años el colectivo gay ha visto como la lucha por los derechos ha ido avanzando, esta lucha está lejos de terminar. Sí, quizás ahora ser homosexual no se castiga ya con penas de cárcel como en la época en la que le toca vivir al personaje de Michael, pero eso no quiere decir que la sexualidad de sus protagonistas esté completamente aceptada.
La serie está narrada con una sensibilidad exquisita y ofrece una mirada noble y limpia de la sexualidad de sus protagonistas y el porqué de sus decisiones. De una manera humana y cercana vamos conociendo la personalidad de sus protagonistas y de cómo unos prefieren esconderse mientras que otros prefieren normalizar. Todo ello sin juzgar ninguna de las dos opciones y haciendo que entendamos el porqué de sus decisiones. Porque al fin y al cabo, la aceptación de la sexualidad y la salida del armario es algo tan personal que nadie puede juzgarlo. Y más cuando el resto de nuestras vidas depende de ello.
Sin embargo no puedo evitar tener la sensación tras acabar el segundo y último episodio que la trama y la historia que nos cuenta podía haber dado muchísimo más de sí. No entiendo como una cadena como BBC que ya hemos visto en anteriores ocasiones que no tiene reparos a la hora de contar historias de temática LGTB+ (aprende RTVE), no ha apostado por un desarrollo más amplio y profundo con el objetivo de profundizar aún más en las historias de ambos protagonistas. Hubiese sido mucho más profunda y emotiva con un par de episodios más, o incluso alternando ambas historias en lugar de contar cada una en un episodio.
Pero a pesar de que “Man in an Orange Shirt” me ha sabido a poco, lo cierto es que no puedo dejar de recomendarla ya que me parece imprescindible para entender un poquito de la historia de un colectivo que aún tiene mucho que pelear. Por cierto, la miniserie se puede ver ya en España gracias a Filmin. No os la perdáis.
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