viernes, 14 de octubre de 2016

"TRANSPARENT": ¿Y ahora, adónde vamos?

“Transparent”, una de las series más alabadas de la televisión actual y flamante ganadora del EMMY a la mejor dirección y al mejor actor protagonista, estrenó su tercera temporada el pasado 23 de septiembre. Diez episodios que parecen haber abandonado definitivamente el terreno de la comedia (término con el que la serie de Amazon Studios realmente nunca se ha podido identificar al 100%) para ahondar de una manera más dramática y más melancólica que nunca en la personalidad de cada uno de sus personajes. Una familia Pfefferman en la que cada uno de sus miembros está viviendo un viaje personal y vital tan importante como el que está llevando a cabo su protagonista Maura.


(Atención: Spoilers everywhere)

Este personaje y su continua evolución han sido uno de los ejes fundamentales de la temporada. Una Maura que no deja de crecer y que en cada temporada se va marcando nuevas metas y nuevos objetivos. Objetivos que al igual que nos ocurre a nosotros en cualquier momento de nuestras vidas, unas veces se alcanzan y otras veces no. Y es que el duro revés que sufre al conocer que no va a poder llevar a cabo su operación de reasignación de sexo hace que se abran las puertas a un personaje completamente nuevo de cara a la cuarta tanda de episodios. El tándem con la que durante casi toda la temporada ha sido su pareja, Vicki (maravillosa como siempre Anjelica Houston, una de mis actrices favoritas ever) ha sido magnífico a pesar de que me ha sabido a poco. 

No puedo evitar tener la sensación de que la participación de la oscarizada actriz ha estado algo desaprovechada y que la relación que mantiene con Maura podía haberse llevado mucho más allá no sólo por la maravillosa química entre los dos intérpretes sino porque su especial relación podía haber sido explotada con mucha mayor profundidad. Y eso me lleva a afirmar que la trama de la evolución personal y física de Maura, que se antojaba protagonista al inicio de la serie, cada vez va estando más eclipsada por el resto de miembros de la particular familia Pfefferman. No quiero decir con esto que el resto de tramas no me gusten, sino que simplemente creo que esta es cada vez en menor medida, la serie de Maura y cada vez más la serie sobre una familia disfuncional en búsqueda de su propio lugar en el mundo.


Eso tiene su parte positiva, por supuesto, y es que estos diez episodios nos han servido para conocer aspectos que hasta ahora desconocíamos acerca de Josh. El suicidio de Rita despierta en él una serie de reacciones y sentimientos que nos confirman al personaje como mucho más frágil de lo que pensábamos al inicio de la serie. Su particular road trip con Shea (una guapísima Tracy Lysette) y su posterior encuentro/desencuentro con su hijo Colton han supuesto un duro golpe para un personaje que siempre ha tratado de maquillar sus debilidades detrás de su supuesto éxito profesional en el mundo de la música y que por fin tiene que hacer frente cara a cara a sus más temidos demonios.

Y si Josh ha tenido en esta temporada un buen puñado de momentos estelares, algo similar ha ocurrido con la matriarca de la familia, Shelly, que empezó la temporada con una vida aparentemente asentada y volcándose con todas sus ganas en algo tan trivial como las redes sociales (consiguiendo más followers en un episodio que yo en dos años), la ha terminado en el escenario de la sala de fiestas de un crucero rompiéndonos el corazón a todos los espectadores a ritmo de “Hand in my Pocket” de Alanis Morissette. Entre medias, una ruptura sentimental y la sensación de que, con la nueva identidad del que hasta hace poco había sido su marido, su lugar como matriarca de los Pfefferman puede pasar a un segundo plano.


No puedo negar que esta tercera temporada algún momento que particularmente me ha chirriado. Y es que me ha parecido abusivo el uso de la religión que se ha hecho, especialmente en los episodios centrales de la temporada. Cierto es que el personaje de Sarah necesitaba aferrarse a la religión como si fuese su única tabla de salvación tras arrojar por la borda cualquier atisbo de estabilidad sentimental (y psicológica), pero en algunos momentos no pude evitar sentirme abrumado con tanta referencia religiosa (francamente, el escarceo de Josh con el cristianismo me ha parecido una absurdez). 

Afortunadamente, la serie cuenta con un buen puñado de momentos, incluso episodios completos que son sencillamente sublimes y que compensan con creces las partes que menos atractivas me resultaron de la temporada (bajo mi punto de vista, por supuesto): ese primer episodio en el que Maura busca constantemente a una joven llamada Elizah; ese octavo capítulo que explora de una manera sublime la infancia de Maura; o el ya mencionado road trip de Josh y Shea son los que hacen que la serie juegue merecidamente en las grandes ligas de la televisión actual. Y además, puedo decir que desde ya son dos de mis momentos seriéfilos favoritos del 2016.

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